sábado, 6 de junio de 2009

Crisálida al amanecer

Era invierno, la paja de la habitación empezaba a escasear y el hogar apagaba las llamas convirtiéndolas en cenizas. Fuera llovía, una lluvia tan intensa que parecía cortina en ojos de un anciano.

La cama, desordenada y sudada, soportaba el peso de Karla, que agonizaba por su vida y por la de su hija, Djanna. Parecía increíble, que esa pequeña mujer tuviese la fuerza de dar vida a algo que no la tenía.

Nací muerta. Morí momentos después de ver la llama del candelabro que sostenía la partera del pueblo, mientras comenzaba a santiguarse rogando a Dios por mi vida. No acabó de decir el “amén” cuando comencé a llorar. Parecían gemidos ahogados de auxilio, pero eran llantos de vida, esperanza e ilusión.

Nadie dijo palabra en escuchar mi llanto, por el contrario, mi madre lloraba de dolor y la mujer que me sostenía en los brazos deseaba callarme a toda costa, había nacido en el amanecer de una larga noche; nadie había conseguido dormir.

Mi vida se dio entre palacios y establos. En el Reino de Suecia, libraba la “gran guerra del norte” y ello hacía que mi familia cambiase constantemente de residencia por temor a encontrar combatientes que desestabilizasen la paz que tantos años les había costado. Estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de personas, desde mi infancia hasta mi madurez me enseñaron a no distinguir por rango social. Por tanto yo no pertenecía a ningún estatus que me encasillara de por vida. Era la alegría de la casa. Mi sonrisa iluminaba los días más oscuros y muchas de las doncellas se peleaban por contarme historias inventadas de lugares lejanos y exóticos que comenzaron a abrir mi apetito de conocer el mundo.

Ellas, decían que era una Diosa, Sjöfn, quien guiaba los pensamientos hacía el amor por su bella sonrisa. La Edda dice así: “Sjaunda er Sjöfn, hon gætir mjök til at snúa hugum manna til ásta, kvenna ok karla, ok af hennar nafni er elskuginn kallaðr sjafni.”(La séptima de las Ásynjur es Sjöfn. Ella se esfuerza por cambiar la mente de las personas al amor)

Todo esto venía a que había una suposición que, nunca desmentida por mi madre, que no pertenecía a la familia en la cual había nacido. Mis rasgos eran finos, mi tez pálida y mis cabellos azabaches, incluso mis ojos, oscuros y los pocos dias de sol incluso rojizos parecían ajenos a la gente con quien compartía sangre; siendo mi madre rubia, con típicos rasgos nórdicos que portaba toda mi familia.Desde muy pequeña sabía que mi padre no era ninguno de los hombres que estaban de aquí para allá por las estancias. Karla, quien me trajo al mundo, nunca me nombró la palabra padre, solo comentaba que un hombre con mis ojos la había amado y que le dolía mirarme al reír, porque lo veía reflejado en mi.



divka

2 comentarios:

Óscar Gartei dijo...

Muy buen relato. Esto tiene que continuar sí o sí, aunque ya doy por supuesto que así es. Me gusta la cadencia del relato. Está muy trabajado y pulido. Bien escrito.

Así me gusta ;).

KalEl el Vigilante dijo...

Es hermoso, tienes talento narrativo.